Ahora me llaman Don Ramón.
Mi niñez, adolescencia y juventud no fue nada
fácil. Al igual que millones de seres humanos tuve que trabajar para ayudar a
mi familia y pagar mis estudios, soñaba con ser un gran empresario con poder y
fortuna y lo logre. Crecí pensando que el dinero lo hacía todo y literalmente
hablando hacia todo por conseguirlo y lo conseguí a un precio demasiado alto.
Sacrifique mi salud, mi estabilidad emocional, mi familia ya que siempre
pensaba que todo lo que hacía era por ellos para poder darles una mejor calidad
de vida. Pensaba que era más importante la calidad que la cantidad de tiempo
que les dedicaba a mi esposa y a mis hijos. Era de los que trabajaba muchas
horas extras, mismas que le robaba a mis hijos. Era el primero en entrar y el
último en salir de la empresa. Pensaba que los empleados que tenía me
respetaban cuando la verdad era que temían mis constantes y acalorados llamados
de atención. Pensaba que debía tener mano dura o de lo contrario perdería el
control. Era el gran jefe pluma blanca como muchos me llamaban a hurtadillas,
sin contar otros apodos mucho más desagradables. Inspiraba temor, sufría de la
terrible enfermedad del yo yo pues hasta el más mínimo detalle debía ser
controlado por mí. En mis empresas no se movía la hoja de un árbol sin mi autorización.
Imposible aceptar que estaba equivocado ya que debía mantener la imagen de
hombre recio y cualquier muestra de humildad podría ser interpretada como
debilidad. Los demás cometían errores, yo nunca. Disfrutaba del poder que tenía
ya que mis órdenes eran cumplidas al pie de la letra sin reparos y hay de aquel
que osara contradecirme, le hacia la vida imposible para que se aburriera y se
fuera, al fin y al cabo había mucho quien trabajara como lo había hecho yo
desde muy niño. Era de las personas que siempre veía el vaso medio vacío pues
nunca estaba satisfecho. No entendía como mis flojos empleados se mantenían
cansados cuando yo trabajaba más de dieciséis horas diarias. Muy en mi interior
pensaba que a eso se debía su pobreza. Era un hombre exitoso y rodeado de
amigos en los cuales gastaba grandes cantidades de dinero ya que debía
conservar mi imagen de hombre de negocios. Un día al llegar a una de mis
empresas el portero me saludo diciendo…
-
Buenos días don Ramón.
Lo mire extrañado ¿Cómo alguien se atrevía a
llamarme por mi nombre cuando todos me decían jefe? Y así se lo hice saber...
- ¿Cómo se atreve a llamarme por mi nombre? Y
además, no sabe que está prohibido utilizar gafas oscuras en la empresa,
quíteselas de inmediato. – Le ordene con voz fuerte.
- ¿Acaso ese no es su nombre? – Pregunto sonriendo
el joven – aun sin quitarse las gafas.
- Ese es mi nombre pero recuerde que soy su jefe y
quiero que me llame así como lo hacen todos los demás.
El joven se acercó un poco más a mí para decirme
muy cerca al oído…
- ¿O prefiere don Ramón que lo llame papá?
Con la arrogancia acostumbrada manifesté…
- ¿Y qué haces vestido con ese ridículo uniforme?
- Desde hace mucho tiempo vengo trabajando en la
empresa; quería ve si tratas a tus empleados con el mismo amor que nos tratas a
nosotros tus hijos y la verdad don Ramón, perdón, papá. Es que eres luz en la
casa y oscuridad en tus empresas. ¿Por qué don Ramón? ¿Acaso en cierta forma
tus empleados no son también tus hijos?
- ¿Hijos? Ni más faltaba. Todos ellos no son sino
una cantidad de vagos buenos para nada. Los únicos hijos que yo tengo son
ustedes para los cuales he trabajado durante muchos años para darles lo que
estos pobres diablos difícilmente les podrán dar a sus hijos porque son una
partida de holgazanes. Ahora quiero que te quites ese ridículo uniforme y
regreses a la universidad que es donde deberías estar ahora.
- Lo siento don Ramón, pero no volveré a la universidad.
- ¿Cómo se te ocurre decir tal cosa con lo mucho
que he gastado en darte los mejores estudios en los más prestigiosos colegios y
ahora en la más prestigiosa universidad.
- Don Ramón, la verdad es que desde que me gradué
con honores he venido trabajando en la empresa.
- ¿Cómo que desde que te graduaste?
- Así es don Ramón, digo, papá – dijo sonriendo el
joven – para ti siempre han sido más importantes tus negocios que nosotros, tu
familia, para la cual según tu trabajas. Dime una cosa papá ¿Sabes dónde está
mi hermana en estos momentos?
- En la universidad por supuesto – dije en tono
altivo.
- Se equivoca don Ramón – dijo una suave voz a mis
espaldas – desde hace algún tiempo soy la recepcionista de la empresa.
Volteé a mirar a mi hija. También estaba vestida
con el uniforme de la empresa. No pude contener las lágrimas y simplemente los
abrace mientras les susurraba al oído una palabra que nunca antes había
pronunciado, perdón, perdón, perdón. Los tres nos abrazamos mientras muchos de los
empleados de la empresa nos rodeaban aplaudiendo y algunos también
llorando. Los mire a todos. Sí, mi hijo tenía razón, de alguna forma
también ellos eran mis hijos.
- A partir de hoy quiero que todos me llamen don
Ramón – dije aun con lágrimas en los ojos.
La noticia corrió por todas mis empresas y donde
quiera que llegaba me saludaban como don Ramón, nunca más se volvió a escuchar
la palabra jefe, me había convertido en un líder al cual todos seguían por
respeto y no por miedo o necesidad.
Y usted ¿Es un jefe o un líder?
No hay comentarios:
Publicar un comentario