domingo, 24 de mayo de 2020

Pánico por pandemia


Difícilmente en la historia reciente de la humanidad se había visto lo que ha hecho el coronavirus COVID19. Han existido epidemias muy representativas, como fue la gripe española en 1918, la cual ocasiono más de cincuenta millones de víctimas, la gripe asiática en 1958, con aproximadamente cuatro millones de víctimas, el SIDA, que desde 1981 ha producido más de treinta millones de víctimas.

Sin embargo, pese a las escalofriantes cifras de fallecidos, ninguna de ellas generó la situación mundial que ha ocasionado el COVID19. Solo espero que los científicos algún día puedan explicar las razones por las cuales esta pandemia ha causado tan serias dificultades a nivel social y económico.

Lo cierto es que los daños colaterales que la pandemia del COVID19 aún están por verse, ya que, así como crecen los contagios, también diariamente crecen exponencialmente los niveles de desempleo y con ello las dificultades sociales y económicas a todo nivel, siendo la mayor dificultad el pánico que ha generado la pandemia.

Y es que no hay peor enemigo o mejor amigo que el miedo, todo depende desde donde se mire. El peor enemigo porque, como todos sabemos, el miedo paraliza y crea tal incertidumbre que es difícil de dimensionar. El miedo hace que nuestros sentidos se agudicen al máximo y es ahí donde comenzamos a ver cosas que normalmente no veíamos, a escuchar cualquier cantidad de ruidos, de sonidos y “voces” que tampoco escuchábamos. En fin, siempre se ha dicho que a lo único que debemos tenerle miedo es al miedo.

Anque, visto desde otra perspectiva no tan fatalista, el miedo hace que salgamos de nuestra zona de confort, que nos reinventemos, que desaprendamos para aprender nuevas estrategias para superar nuestras dificultades, que nos protejamos, que nos cuidemos, que estemos atentos a los cambios que necesariamente genera aquello que nos produce miedo, como es el caso del coronavirus COVID19, ya que, querámoslo o no, nos ha vuelto más aseados porque debemos lavarnos las manos con más frecuencia, porque debemos utilizar tapabocas, porque debemos aplicar el distanciamiento entre nosotros, porque lo mejor es saludar al estilo japonés, de vital importancia es desinfectar todo aquello con lo entremos en contacto, en lo posible evitar tocarnos la cara y, exagerando un poco, hacer de cuenta que toda persona con la que nos encontremos o con la cual interactuemos, esta contagiada.

Todo eso está muy bien, la salud, ante todo, la pregunta es ¿hasta cuándo? Es innegable que debemos cuidarnos haya o no COVID19, sin embargo, como solemos decir en mi país Colombia, “ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo alumbre”. Y es que todo extremo es perjudicial. Desde la perspectiva del sentido común y no científico, analicemos superficialmente algunas de las medidas sugeridas evitar contagiarnos del COVID19:

El tapabocas: El cual, en muchas ciudades del mundo, antes del confinamiento, había que utilizarlo debido a los altos grados de contaminación, solo que ahora, donde quiera que estemos, debemos utilizarlo, convirtiéndose en un excelente antifaz para los amigos de lo ajeno, ya que no solo utilizan el casco de motocicleta sino el tapabocas para cometer sus delitos, haciéndolos prácticamente irreconocibles. En el caso de los deportistas, utilizar tapabocas es bien difícil, ya que les impide una respiración adecuada y ni que hablar cuando uno habla con tapabocas o debe escuchar a alguien que lo utiliza, donde la comunicación se vuelve difícil. Y no ha de faltar el desadaptado que después de utilizarlo, lo tire en cualquier lugar incrementando la contaminación.

Lavarse las manos cada tres horas: La verdad es que no siempre vamos a encontrar un lugar donde hacerlo y aun encontrándolo, no siempre se dispone de jabón y una toalla de papel para secárselas como lo sugiere la norma. Algunos “expertos” afirman que lavarse tan frecuentemente las manos genera dermatitis ya que la piel exuda grasas aceitosas que tienen una función protectora y aislante térmico. De igual forma dicen que empobrece la flora bacteriana que tiene la piel.

Desinfectar todo lo que vamos a tocar o consumir: Una norma bien difícil de cumplir, ya que prácticamente no podríamos tocar nada, ni consumir nada pues lo más seguro es que otras manos, antes que las nuestras, habrán tocado lo que nosotros vamos tocar o consumir. De ahí que desinfectar todo es muy difícil.

No tocarse la cara: En promedio lo hacemos unas quinientas veces durante las veinticuatro horas, ya que, hasta cuando estamos dormidos lo hacemos. Particularmente no he podido evitar tocarme la cara de vez en cuando. ¿Falta de disciplina? Es probable.

Y así por el estilo, todas las normas que han sugerido para evitar contraer el virus son bien interesantes y, aunque muy importantes, algunas, sino todas, son difíciles de acatar plenamente.

El daño colateral más dañino que esta generando el COVID19 es el miedo a todo y a todos, ya que en los países donde ha terminado el confinamiento obligatorio, se ha notado que las personas son renuentes a volver a socializar, a volver a la “normalidad”, lo cual repercute en todo, comenzando por la industria del turismo, el restaurantero, la de espectáculos y todo lo que depende de estos sectores de la economía, en los cuales se están generando quiebras económicas a todo nivel, incrementando el desempleo a niveles que no se veían desde hace muchos años.

Hace poco me encontré con un gran amigo, al cual no reconocí de inmediato ya que utilizaba un tapabocas que más se asemejaba a un pasamontañas pues solo se le veían los ojos, los cuales estaban cubiertos por unas gafas de protección industrial y en las manos llevaba guantes quirúrgicos. Cada que me encontraba con mi amigo, compartíamos un fuerte abrazo. Esta vez no fue posible, ya que él me indico que debíamos guardar las distancias, y aunque yo también usaba tapabocas, pude notar que de vez en cuando él sacaba una pequeña botella de su bolso y con un spray me rociaba con alcohol y luego él se limpiaba las manos con alcohol y gel antibacterial.

Por un momento pensé que mi amigo estaba bromeando, pero a medida que transcurría el difícil dialogo debido a que mi amigo llevaba el tapabocas muy ajustado a su cara, me di cuenta que lo estaba haciendo muy en serio.

Luego de despedirme de él, me quede pensando hasta qué punto hemos llevado las medidas de protección, desmejorando incluso nuestra calidad de vida y donde ya no se sabe si el remedio ha sido más perjudicial que la enfermedad. Con esto no quiero decir que esté en contra de las medidas de protección, por supuesto que debemos acatarlas ya que de ello depende nuestra vida y la de los demás.

La pregunta es ¿hasta cuándo continuaremos encerrados aun estando en libertad por miedo a contagiarnos? Hasta donde sé, el COVID19 llegó para quedarse y así se inventen antivirales y vacunas, continuará haciendo estragos por mucho tiempo. Por lo tanto, una de dos, o nos acostumbramos a vivir con el bicho ese y nos arriesgamos a volver a la “normalidad” o nos seguimos ocultando de un enemigo invisible que siempre estará pendiente del momento que nos descuidemos para atacar, ¡Dios no lo permita! A propósito, debemos orar como si todo dependiera de Él y cuidarnos como si todo dependiera de nosotros.

La pregunta es ¿Qué debemos aprender los humanos del covid19? Y hago énfasis en los humanos porque para las demás especies que habitan el planeta y para el planeta mismo, que los humanos estemos encerrados ha sido lo mejor que le ha pasado en los últimos años, demostrando con eso que somos la plaga más mortífera que tiene nuestra casa el planeta tierra.



jueves, 14 de mayo de 2020

Whatsapp


Hola todos. 

¿De qué les quiero hablar hoy? De muchas cosas. Preguntarle a un escritor que le gustaría escribir, a un cantante que le gustaría cantar, a un artesano que obra quisiera hacer y así por el estilo a cualquier ser humano que haya descubierto su potencial y lo esté aprovechando, es algo bien interesante porque las respuestas serían muchas. 

¿Recuerdan que hace algún tiempo escribía sobre los “teléfonos celulares inteligentes” y como sus aplicaciones y sobre todo el guasapen (wathsapp) se convirtieron en una adicción como cualquier otra?, pues como les parece que desde que los bichos esos de los teléfonos celulares "inteligentes" llegaron a mi país Colombia, yo siempre había tenido de los que solo sirven para hacer y recibir llamadas y mensajes de texto. 

El caso es que un “buen amigo” al que quiero mucho, y lo digo entre comillas porque no sé si me hizo un bien o un mal, me regalo hace poco uno de los “teléfonos inteligentes” y hasta ahí llego mi tranquilidad, porque cada que el bicho ese suena o vibra me pongo en estado de alerta máxima y suspendo lo que esté haciendo, sea lo que sea, para ver quien me está escribiendo por el guasapen.  Y hay quienes ponen en riesgo hasta su propia vida y la de los demás por contestar o por ver quien les esta escribiendo. De hecho, miles de vidas y multimillonarias perdidas han ocurrido por las personas que creen, como los borrachos, que conducen mejor ebrios o con una sola mano por tener la otra ocupada con el teléfono celular. 

Anteriormente el que necesitaba comunicarse conmigo debía hacerlo en la forma tradicional, ahora no, me envían un mensaje o una grabación por el guasapen y vaya que no conteste. Hasta de maleducado me tratan. 

La triste realidad es que la tecnología ha invadido nuestra privacidad. Ya no tenemos tranquilidad para nada, el mundo literalmente se ha convertido en un pañuelo, o peor aún en una pequeña pantalla por medio de la cual nos informan hasta de que nos vamos a morir (que susto), pero es la verdad ya que existen aplicaciones que no solo nos analizan nuestra salud física y mental, sino que nos pronostican cuantos años tenemos de vida, de acuerdo a una información que difícilmente sabemos de dónde la obtienen.

A mí por ejemplo me dice mi “teléfono celular inteligente” que mis probabilidades de vida son de 80 años, las cuales se ven altamente comprometidas si no comienzo a hacer ejercicio diariamente por mínimo una hora. Es más, me dice que como siempre he sido una persona sedentaria debo comenzar a caminar a paso largo y luego ir haciendo otro tipo de ejercicios más exigentes. Afortunadamente aun no me ha dicho, y espero que no lo haga, el día, la hora y la forma como voy a morir, porque me muero antes de tiempo y que pena con el celular hacerlo quedar mal con sus pronósticos.  

¿Cómo mi nuevo teléfono se dio cuenta que yo era una persona sedentaria? ¿Ni idea, será por aquello de la cuarentena? ¿será por ser escritor? En fin, el caso es que el aparatejo ese me mantiene monitoreado casi las 24 horas del día y más adelante les digo porque “casi”. Me recuerda a qué horas debo tomarme la medicina para la presión, que alimentos debo consumir para contrarrestarla, que llamadas o reuniones tengo pendientes, si he llamado a mis “seres queridos” y a los que no lo son tanto como a mis acreedores, de los cuales ya no puedo esconderme porque con esto de las redes sociales ya me tienen detectado, además que mi "telefono inteligente" tiene GPS o sea que todos saben donde estoy, entre otras cosas, un invento muy inoportuno para los infieles. En fin amigos míos, afortunadamente eso me está pasando solo a mí o... ¿no me vaya a decir que a usted también?... Más inteligentes me parecen a mí los que están volviendo a tener los teléfonos celulares viejitos que sirven solo para hacer y recibir llamadas. 

Hace poco quise volver a mi antiguo teléfono, pero mi hija, con una amplia sonrisa, me dijo que tal cosa no la podía hacer ya que yo era  un escritor y conferenciante reconocido y que no podía hacer el oso sacando mi vejestorio en medio de una reunión. Qué pena contigo papi – me dijo mi hija – pero no voy a permitir que regreses al pasado, es más, ese teléfono que te regalo tu amigo ya está pasado de moda, ve pensando en adquirir uno de “última generación”. 

Dicho de otra forma, cada vez voy a estar más adicto a las nuevas tecnologías y hay del que hulla de ellas, más le valiera no haber nacido, ¡no ve que lo comparan a uno con un cavernícola! ¿Pero saben algo? Sin que mi hija se dé cuenta, yo aún conservo el teléfono flecha como el dicen algunos a los teléfonos celulares viejitos y programe el “moderno”, aunque ya mi hija me dice que no lo es tanto, para que se prenda y se apague a determinada hora y así poder disfrutar de alguna tranquilidad. ¿Hasta cuándo me va a durar el gusto? Hasta que mis hijos se den cuenta y me escondan o me boten el flecha. 

Ahí les dejo la inquietud, o continuamos cambiando de celulares cada que sale uno más moderno o continuamos con los que sirven solo para hacer y recibir llamadas. Yo prefiero estos últimos y hasta ninguno y así poder volver a recuperar la tranquilidad perdida… ¡huy! debo suspender de escribir esta nota porque me está vibrando el celular… ¿quién será, quien será?