viernes, 26 de febrero de 2021

Las siete puertas y dos ventanas del templo.

Escuchando un audio del Psicólogo Cuántico Absalón Sanclemente Bolívar, sobre el cuidado que debemos brindarle a nuestro cuerpo o sea a ese vehículo que utiliza nuestro espíritu para realizar la labor que necesita hacer en este plano de la existencia, me puse a reflexionar sobre la trascendencia de sus palabras.

Y es que por lo general, cuidamos más el carro que tenemos que nuestro propio cuerpo. Hay quienes gastan millones, no solo en comprar el último modelo, sino en su mantenimiento y todos los demás gastos que genera tener un vehículo, los cuales, con el transcurso del tiempo, pueden ser más representativos que el precio del mismo carro.

¿Qué pasaría si el dinero que invertimos en comprar y mantener el carro, lo invirtiéramos en el más importante de todos los vehículos o sea en nuestro cuerpo? Como decía el doctor Sanclemente, difícilmente a nuestro carro le proporcionamos combustible de mala calidad, ya que sabemos que rápidamente comenzaría a funcionar mal y hasta se estropearía el motor. Curiosamente a nuestro cuerpo si le proporcionamos todo tipo de carnes y comida chatarra, que no solo daña nuestro motor o sea nuestro corazón, sino el computador del vehículo, o sea nuestro cerebro.

Cuando el carro comienza a presentar fallas, inmediatamente lo llevamos al mecánico, cosa que no hacemos con nuestro cuerpo, el cual debe evidenciar serias dificultades para llevarlo al médico. En fin, la verdad es que le prestamos más atención a las cosas que no requieren de tanta atención y descuidamos aquellas de las cuales literalmente depende nuestra vida.

En algunas religiones y culturas como la egipcia, se habla de las siete puertas del templo. Según la mitología egipcia, a través de las siete puertas del templo, se puede llegar al mundo de los dioses pero como no soy egiptólogo ni mucho menos estudioso de las diferentes religiones, no quiero opinar sobre el significado que esas culturas o religiones les han dado a esas puertas.

Desde la perspectiva del sentido común, infortunadamente el menos común de los sentidos, me referiré a las siete puertas y dos ventanas del más maravilloso de los templos, nuestro cuerpo, en el cual mora parte de esa energía creadora y conservadora del universo a la cual llamamos Dios, Espíritu, alma, etc. 

Las siete puertas son el ano, el pene o vagina, la boca, los oídos y las dos fosas nasales, siete orificios o puertas que son utilizadas por nuestro organismo para que ingresen o salgan determinadas cosas de nuestro cuerpo. Las dos ventanas, son nuestros ojos.

Ahora bien, siempre se ha dicho que somos lo que comemos, lo que pensamos y lo que hacemos. Dependiendo de lo que comas o sea el combustible con el cual alimentes el vehículo que es nuestro cuerpo, así funcionara. Tan sencillo como eso, tan simple como eso.  Hay que tener en cuenta que el aparato digestivo o caldera donde se produce la combustión o proceso de los alimentos, esta diseñado para un tipo de combustible especial y no para cualquier tipo de combustible.

Si tu carro es a gasolina, no le puedes echar diésel, ya que no funcionaria muy bien que digamos. De igual forma nuestro aparato digestivo funcionará mal si le echamos comida que no pueda digerir fácilmente, como es el caso de las carnes, y no es que yo sea vegetariano o vegano ni mucho menos, ya que en mi juventud consumí carne en forma exagerada y ahora viejo estoy pagando las consecuencias, ya que el acido úrico me esta causando serias dificultades. La comida chatarra o  rápida por ejemplo son otros “alimentos” que generan rápidamente cualquier tipo de enfermedades.

Las preguntas entonces son ¿Cómo o para que estamos utilizando esa puerta o boca? ¿Qué tipo de alimentos (combustible) estamos ingiriendo a través de ella? Es de anotar que, dependiendo de ese combustible, será lo que salga por otras dos puertas del templo como es el ano y el pene o vagina.

Aunque el ano, el pene y la vagina son puertas más que todo de salida, hay quienes las utilizan también para cosas para las cuales no están diseñadas y con esto no quiero dar catedra de moralidad o de comportamiento sexual ya que son temas bien espinosos y controversiales.

¿Qué estamos escuchando a través de esas otras dos puertas que son nuestros oídos y que estamos viendo a través de las dos ventanas que son nuestros ojos? Dependiendo de la información que ingrese a través de esas dos puertas y ventanas, dependerá en gran parte nuestra forma de pensar y de actuar.

Las otras preguntas son ¿Cómo estamos utilizando las dos puertas o fosas nasales y para que las estamos utilizando?  ¿las estamos utilizando solo para respirar o también para ingresar otras sustancias toxicas fuera del aire contaminado de las ciudades? Curiosamente en nuestro hogar y en las academias nos enseñan cualquier tipo de cosas menos la más importante, a respirar. 

El caso es que cada uno de nuestros sentidos esta diseñado para fines muy específicos. Infortunadamente no los utilizamos bien, para la muestra un botón, la nariz, por la cual siempre deberíamos respirar, ya que no solo cumple con la función de filtrar un poco el contaminado aire, sino que lo calienta antes de llegar a nuestros pulmones. Respiramos entonces por la boca, con lo cual literalmente nos comemos la contaminación que hay a nuestro alrededor, disminuyendo de esta forma nuestra capacidades físicas y mentales.

A través de la historia, los humanos terrícolas, les hemos construido cualquier cantidad de templos, catedrales, mezquitas, etc. a nuestros dioses, en los cuales hemos gastado no solo tiempo y dinero, sino que hemos desperdiciado y sacrificado millones de vidas. 

Finalmente, hay quienes “decoran “el templo o sea su cuerpo con objetos, pinturas y le hacen cualquier cantidad de modificaciones para “embellecerlo” y lo que hacen muchas veces es estropearlo y cuantos han ingresado a los quirófanos para hacerse una cirugía plástica sin necesidad y sale solo el espíritu, ya que el vehículo lo dejaron en el taller para ser cremado o enterrado.

https://universovirtualcomunicaciones.com/

Obras publicadas por Onofre Restrepo.

sábado, 6 de febrero de 2021

Y ahora me llaman don Ramón.


Ahora me llaman Don Ramón.

Mi niñez, adolescencia y juventud no fue nada fácil. Al igual que millones de seres humanos tuve que trabajar para ayudar a mi familia y pagar mis estudios, soñaba con ser un gran empresario con poder y fortuna y lo logre. Crecí pensando que el dinero lo hacía todo y literalmente hablando hacia todo por conseguirlo y lo conseguí a un precio demasiado alto. Sacrifique mi salud, mi estabilidad emocional, mi familia ya que siempre pensaba que todo lo que hacía era por ellos para poder darles una mejor calidad de vida. Pensaba que era más importante la calidad que la cantidad de tiempo que les dedicaba a mi esposa y a mis hijos. Era de los que trabajaba muchas horas extras, mismas que le robaba a mis hijos. Era el primero en entrar y el último en salir de la empresa. Pensaba que los empleados que tenía me respetaban cuando la verdad era que temían mis constantes y acalorados llamados de atención. Pensaba que debía tener mano dura o de lo contrario perdería el control. Era el gran jefe pluma blanca como muchos me llamaban a hurtadillas, sin contar otros apodos mucho más desagradables. Inspiraba temor, sufría de la terrible enfermedad del yo yo pues hasta el más mínimo detalle debía ser controlado por mí. En mis empresas no se movía la hoja de un árbol sin mi autorización. Imposible aceptar que estaba equivocado ya que debía mantener la imagen de hombre recio y cualquier muestra de humildad podría ser interpretada como debilidad. Los demás cometían errores, yo nunca. Disfrutaba del poder que tenía ya que mis órdenes eran cumplidas al pie de la letra sin reparos y hay de aquel que osara contradecirme, le hacia la vida imposible para que se aburriera y se fuera, al fin y al cabo había mucho quien trabajara como lo había hecho yo desde muy niño. Era de las personas que siempre veía el vaso medio vacío pues nunca estaba satisfecho. No entendía como mis flojos empleados se mantenían cansados cuando yo trabajaba más de dieciséis horas diarias. Muy en mi interior pensaba que a eso se debía su pobreza. Era un hombre exitoso y rodeado de amigos en los cuales gastaba grandes cantidades de dinero ya que debía conservar mi imagen de hombre de negocios.  Un día al llegar a una de mis empresas el portero me saludo diciendo…

-         Buenos días don Ramón.

Lo mire extrañado ¿Cómo alguien se atrevía a llamarme por mi nombre cuando todos me decían jefe? Y así se lo hice saber...

-          ¿Cómo se atreve a llamarme por mi nombre? Y además, no sabe que está prohibido utilizar gafas oscuras en la empresa, quíteselas de inmediato. – Le ordene con voz fuerte.
-          ¿Acaso ese no es su nombre? – Pregunto sonriendo el joven – aun sin quitarse las gafas.  
-          Ese es mi nombre pero recuerde que soy su jefe y quiero que me llame así como lo hacen todos los demás.

El joven se acercó un poco más a mí para decirme muy cerca al oído…

-          ¿O prefiere don Ramón que lo llame papá?

Con la arrogancia acostumbrada manifesté…

-          ¿Y qué haces vestido con ese ridículo uniforme?
-          Desde hace mucho tiempo vengo trabajando en la empresa; quería ve si tratas a tus empleados con el mismo amor que nos tratas a nosotros tus hijos y la verdad don Ramón, perdón, papá. Es que eres luz en la casa y oscuridad en tus empresas. ¿Por qué don Ramón? ¿Acaso en cierta forma tus empleados no son también tus hijos?
-          ¿Hijos? Ni más faltaba. Todos ellos no son sino una cantidad de vagos buenos para nada. Los únicos hijos que yo tengo son ustedes para los cuales he trabajado durante muchos años para darles lo que estos pobres diablos difícilmente les podrán dar a sus hijos porque son una partida de holgazanes. Ahora quiero que te quites ese ridículo uniforme y regreses a la universidad que es donde deberías estar ahora.
-          Lo siento don Ramón, pero no volveré a la universidad.
-          ¿Cómo se te ocurre decir tal cosa con lo mucho que he gastado en darte los mejores estudios en los más prestigiosos colegios y ahora en la más prestigiosa universidad.
-          Don Ramón, la verdad es que desde que me gradué con honores he venido trabajando en la empresa.
-          ¿Cómo que desde que te graduaste?
-          Así es don Ramón, digo, papá – dijo sonriendo el joven – para ti siempre han sido más importantes tus negocios que nosotros, tu familia, para la cual según tu trabajas. Dime una cosa papá ¿Sabes dónde está mi hermana en estos momentos?
-          En la universidad por supuesto – dije en tono altivo.
-       Se equivoca don Ramón – dijo una suave voz a mis espaldas – desde hace algún tiempo soy la recepcionista de la empresa.

Volteé a mirar a mi hija. También estaba vestida con el uniforme de la empresa. No pude contener las lágrimas y simplemente los abrace mientras les susurraba al oído una palabra que nunca antes había pronunciado, perdón, perdón, perdón. Los tres nos abrazamos mientras muchos de los empleados de la empresa nos rodeaban aplaudiendo y algunos también llorando.  Los mire a todos. Sí, mi hijo tenía razón, de alguna forma también ellos eran mis hijos.

-          A partir de hoy quiero que todos me llamen don Ramón – dije aun con lágrimas en los ojos.  

La noticia corrió por todas mis empresas y donde quiera que llegaba me saludaban como don Ramón, nunca más se volvió a escuchar la palabra jefe, me había convertido en un líder al cual todos seguían por respeto y no por miedo o necesidad.

Y usted ¿Es un jefe o un líder?