Nadie puede negar la importancia de la familia, de los amigos, de los
socios y de todas aquellas personas que son cercanas a nuestros afectos, son
nuestros seres queridos. Personas que de una u otra forma influyen en nuestra
vida, en nuestra formación personal y profesional, en nuestros sueños. Son
parte integral de nuestro entorno, de nuestra manada, de nuestra vida. Seres
por los cuales estamos dispuestos a realizar grandes sacrificios e incluso a
dar nuestra vida.
Infortunadamente, también se da el caso, con más frecuencia de lo que
pensamos, que se convierten en verdaderos lastres que no nos permiten avanzar e
incluso, en muchas oportunidades, no solo no nos permiten avanzar, sino que nos
hacen retroceder, convirtiéndose en nuestros peores verdugos. Sin embargo, no podemos
concentrarnos en los pocos que nos hacen daño, sino en la multitud de personas
que están dispuestas a ayudarnos, a alentarnos, a hacer realidad nuestros
sueños. Curiosamente, la mayoría de las veces son personas que no son de nuestra
familia y a veces ni siquiera nos conocen. Aunque, son las que más creen en
nosotros.
Lo invito amable lector a hacer el siguiente ejercicio: Supongamos que usted es de
una familia de clase trabajadora y que al igual que sus demás familiares vive de un
modesto sueldo. Dígale a la persona con la cual usted convive y que, por lo tanto, conoce sus fortalezas y debilidades que mañana se va a comprar un vehículo
de alta gama. Lo más probable es que esa persona le va a preguntar si tiene fiebre,
si está consumiendo alguna droga alucinógena o en el peor de los casos si se está
volviendo loco. Le va a recordar que hay necesidades apremiantes en el hogar y
que, por lo tanto, no entiende cómo es que usted se va a comprar un vehículo que está
más allá de sus capacidades económicas. Ese “ser querido” sabe exactamente cuáles
son sus limitaciones y lo conoce muy bien.
Sin embargo, mañana, colóquese el mejor traje y vaya a visitar un concesionario
donde venden vehículos de gama alta. ¿Qué es lo primero que le pregunta el
vendedor? Esa persona no lo conoce a usted, por lo tanto, no sabe que
probablemente usted no tiene ni donde caerse muerto y que difícilmente podrá comprar
uno de los lujosos vehículos que allí se exhiben. Ese vendedor sabe que donde
menos se piensa salta la liebre y que no puede prejuzgar al cliente por su
apariencia y qué casos se han visto de personas que no aparentaban mayor cosa y salieron comprando el vehículo más costoso. De igual forma, esas personas que en un momento dado nos quieren
ayudar no lo hacen por lo que aparentamos sino por lo que somos.
Lo invito amable lector a reflexionar y analizar detenidamente a las personas con las cuales usted convive, que lo
rodean. Un antiguo refrán dice “dime con quién andas y te diré quién eres” el
cual se complementa con otro que dice que "el que entre la miel anda, algo se
le pega". A nuestro alrededor debemos tener personas que nos edifiquen, que nos
animen, que a pesar de las circunstancias, por difíciles que estas sean, nos digan que podemos salir adelante. Si por algún motivo se da cuenta de que los “seres
queridos” que lo rodean solo quieren verlo a usted cada vez más mal de lo que
está, lo mejor es que comience a colocar distancia de por medio, por mucho que
los ame. Usted es una persona que merece triunfar, que merece lo mejor de lo
mejor, que nació para ser feliz.
Recuerde que todo en la vida parte de una decisión llevada a la acción, si
usted sigue haciendo lo mismo no va a obtener resultados diferentes. Es
necesario que si no está logrando sus objetivos cambie su modus operandi, que
pase de ser una persona ordinaria y se convierta en alguien extraordinario y la
mejor forma es dar lo mejor de usted, de hacer un esfuerzo extra, de luchar por
sus sueños, llueva, truene o relampaguee. De insistir, persistir, resistir y
nuca desistir. Nuestros “seres queridos” nunca dejarán de serlo, aunque, es
su decisión si continúa haciéndoles caso a todo lo que le dicen, a frase tales
como: Usted no es capaz, usted no puede hacer eso, usted no sirve para nada o
que le dicen “sueñe, que eso relaja” y lo más desagradable de estas y otras
frases no es la frase en sí, sino el tono burlesco con que las dicen.