Aunque el título de mi blog de hoy hace
referencia a cita bíblica en Juan 8:1-11, no me quiero referir a ella en
particular.
Pocas veces uno de mis blogs había generado
tal cantidad de mensajes y de reenvío en las redes sociales. El artículo publicado con el título “Las palabras que no van seguidas de los hechos, no valen para nada”, frase atribuida al político
ateniense Demóstenes”, genero una gran cantidad de comentarios, algunos un poco fuertes, otros, enviados por personas de mi círculo social cercano o que
me conocen personalmente, solicitando una explicación, pues por alguna razón se
sentían aludidos y pensaban que el articulo iba dirigido a ellos, cosa desde
todo punto de vista ilógico ya que periódicamente público un blog que es
seguido por muchas personas, la mayoría de las cuales me siguen desde hace
varios años y, como todo escritor, tengo mis críticos, mis detractores,
contradictores y afortunadamente también simpatizantes, los cuales
afortunadamente son la gran mayoría.
Aunque a muchos de mis conocidos les di una
explicación oportuna, no todos ellos la aceptaron de buena gana y continuaron
sintiéndose aludidos o que había escrito el artículo pensando en ellos, los
cuales, según ellos, me habían hecho promesas pero que, por algún motivo aun no
habían podido cumplir y otros porque simplemente no quisieron hacerlo.
Para todos mis lectores solo tengo palabras
de agradecimiento por tener la paciencia de leer mis escritos. No recuerdo
quien dijo que “si uno no tenía enemigos o contradictores era porque nunca
había hecho nada grande”, por lo tanto, debo darme por bien servido por tener personas
que están en desacuerdo con lo que digo y hago, posición que debo ante todo
respetar, porque si algo aún tenemos en Colombia, es libertad de expresión.
Así es que nada de nervios. Todas sus críticas han sido recibidas con la mejor
actitud.
La pregunta es ¿existirá una persona que
siempre y a todo costo haya cumplido todas sus promesas? En lo que a mí
respecta, no conozco ninguna, por lo tanto, como decía el maestro Jesucristo,
“el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. La mayoría de los
humanos, yo el primero, ha incumplido sus promesas o ha dejado de pagar deudas
ya sea por “olvido” o porque físicamente le fue imposible hacerlo.
Y es que, ¿que sería del mundo occidental,
en su mayoría cristiano, si tan solo cumpliéramos y practicáramos el
mandamiento que el gran maestro Jesucristo nos dejó, de amarnos los unos a los otros y al prójimo como a
nosotros mismos y que prometimos cumplir? Si no cumplimos las promesas hechas a
nuestro Dios, difícilmente vamos a cumplir las promesas hechas a nuestros
semejantes.
A mí, por ejemplo, si todos los que han
prometido ayudarme lo hubieran hecho, otro sería mi presente. Es un hecho que
en la vida debemos esperar lo mejor o sea esperar que nos cumplan las promesas
que nos hacen, pero estar preparados para lo peor o sea que nos incumplan.
Muchas expectativas se generan ante una promesa de ayuda y muchos sueños se ven
truncados cuando nos damos cuenta que lo prometido se debió a un momento de
efervescencia y calor o por quedar bien, comprobando una vez más que del dicho
al hecho hay mucho trecho.
Lo invito pues amable lector - en caso que
aun continúe leyendo el presente artículo - que reflexione cuál es su modus
operandi, ¿Es usted de las personas que genera falsas expectativas mediante
promesas que dista mucho de cumplir? O es de las personas que habla poco pero
hace mucho, si es de estos últimos, felicitaciones, si es de los primeros, le
sugiero que practique el proverbio que dice “Si has de ser sincero, sé
encantadoramente sincero”. Es mejor ruborizarse por un momento por decir la
verdad y no prometer nada, que no pálido toda la vida haciendo promesas que
difícilmente se van a cumplir. Tarde que temprano esas personas que incumplen
sus promesas generan incredulidad, escepticismo, desconfianza y acaban
terminando solos, aislados, sin familia, sin amigos, siendo estos los principales
tesoros que tenemos.
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