Difícilmente
en la historia reciente de la humanidad se había visto lo que ha hecho el
coronavirus COVID19. Han existido epidemias muy representativas, como fue la
gripe española en 1918, la cual ocasiono más de cincuenta millones de víctimas,
la gripe asiática en 1958, con aproximadamente cuatro millones de víctimas, el
SIDA, que desde 1981 ha producido más de treinta millones de víctimas.
Sin
embargo, pese a las escalofriantes cifras de fallecidos, ninguna de ellas
generó la situación mundial que ha ocasionado el COVID19. Solo espero que los
científicos algún día puedan explicar las razones por las cuales esta pandemia
ha causado tan serias dificultades a nivel social y económico.
Lo cierto
es que los daños colaterales que la pandemia del COVID19 aún están por verse,
ya que, así como crecen los contagios, también diariamente crecen
exponencialmente los niveles de desempleo y con ello las dificultades sociales
y económicas a todo nivel, siendo la mayor dificultad el pánico que ha generado
la pandemia.
Y es que no
hay peor enemigo o mejor amigo que el miedo, todo depende desde donde se mire.
El peor enemigo porque, como todos sabemos, el miedo paraliza y crea tal
incertidumbre que es difícil de dimensionar. El miedo hace que nuestros
sentidos se agudicen al máximo y es ahí donde comenzamos a ver cosas que
normalmente no veíamos, a escuchar cualquier cantidad de ruidos, de sonidos y
“voces” que tampoco escuchábamos. En fin, siempre se ha dicho que a lo único
que debemos tenerle miedo es al miedo.
Anque,
visto desde otra perspectiva no tan fatalista, el miedo hace que salgamos de nuestra zona de confort, que nos reinventemos, que desaprendamos para aprender nuevas estrategias para superar nuestras dificultades, que nos
protejamos, que nos cuidemos, que estemos atentos a los cambios que
necesariamente genera aquello que nos produce miedo, como es el caso del coronavirus COVID19, ya que, querámoslo o no, nos ha vuelto más aseados porque debemos lavarnos las manos con más frecuencia, porque debemos utilizar tapabocas, porque debemos aplicar el
distanciamiento entre nosotros, porque lo mejor es saludar al estilo japonés, de vital importancia es desinfectar todo aquello con lo entremos en contacto, en lo posible evitar tocarnos la cara y, exagerando un poco, hacer de cuenta que toda persona
con la que nos encontremos o con la cual interactuemos, esta contagiada.
Todo eso
está muy bien, la salud, ante todo, la pregunta es ¿hasta cuándo? Es innegable
que debemos cuidarnos haya o no COVID19, sin embargo, como solemos decir en mi
país Colombia, “ni tan cerca que queme al santo, ni tan lejos que no lo
alumbre”. Y es que todo extremo es perjudicial. Desde la
perspectiva del sentido común y no científico, analicemos superficialmente algunas de
las medidas sugeridas evitar contagiarnos del COVID19:
El
tapabocas: El cual,
en muchas ciudades del mundo, antes del confinamiento, había que utilizarlo debido a los altos grados de contaminación, solo que ahora, donde quiera que
estemos, debemos utilizarlo, convirtiéndose en un excelente antifaz para los
amigos de lo ajeno, ya que no solo utilizan el casco de motocicleta sino el
tapabocas para cometer sus delitos, haciéndolos prácticamente irreconocibles.
En el caso de los deportistas, utilizar tapabocas es bien difícil, ya que les
impide una respiración adecuada y ni que hablar cuando uno habla con tapabocas
o debe escuchar a alguien que lo utiliza, donde la comunicación se vuelve difícil. Y
no ha de faltar el desadaptado que después de utilizarlo, lo tire en cualquier
lugar incrementando la contaminación.
Lavarse
las manos cada tres horas: La verdad es que no siempre vamos a encontrar un lugar donde hacerlo y
aun encontrándolo, no siempre se dispone de jabón y una toalla de papel para
secárselas como lo sugiere la norma. Algunos “expertos” afirman que lavarse tan
frecuentemente las manos genera dermatitis ya que la piel exuda grasas
aceitosas que tienen una función protectora y aislante térmico. De igual forma
dicen que empobrece la flora bacteriana que tiene la piel.
Desinfectar
todo lo que vamos a tocar o consumir: Una norma bien difícil de cumplir, ya que
prácticamente no podríamos tocar nada, ni consumir nada pues lo más seguro es que otras manos, antes
que las nuestras, habrán tocado lo que nosotros vamos tocar o
consumir. De ahí que desinfectar todo es muy difícil.
No
tocarse la cara: En
promedio lo hacemos unas quinientas veces durante las veinticuatro horas, ya
que, hasta cuando estamos dormidos lo hacemos. Particularmente no he podido
evitar tocarme la cara de vez en cuando. ¿Falta de disciplina? Es probable.
Y así por
el estilo, todas las normas que han sugerido para evitar contraer el virus son
bien interesantes y, aunque muy importantes, algunas, sino todas, son difíciles
de acatar plenamente.
El daño colateral más dañino que esta generando el COVID19 es el miedo
a todo y a todos, ya que en los países donde ha terminado el confinamiento
obligatorio, se ha notado que las personas son renuentes a volver a socializar,
a volver a la “normalidad”, lo cual repercute en todo, comenzando por la
industria del turismo, el restaurantero, la de espectáculos y todo lo que depende de estos sectores de la economía, en los cuales
se están generando quiebras económicas a todo nivel, incrementando el desempleo
a niveles que no se veían desde hace muchos años.
Hace poco
me encontré con un gran amigo, al cual no reconocí de inmediato ya que
utilizaba un tapabocas que más se asemejaba a un pasamontañas pues solo se le
veían los ojos, los cuales estaban cubiertos por unas gafas de protección industrial
y en las manos llevaba guantes quirúrgicos. Cada que me encontraba con mi
amigo, compartíamos un fuerte abrazo. Esta vez no fue posible, ya que él me
indico que debíamos guardar las distancias, y aunque yo también usaba tapabocas,
pude notar que de vez en cuando él sacaba una pequeña botella de su bolso y con
un spray me rociaba con alcohol y luego él se limpiaba las manos con alcohol y
gel antibacterial.
Por un
momento pensé que mi amigo estaba bromeando, pero a medida que transcurría el
difícil dialogo debido a que mi amigo llevaba el tapabocas muy ajustado a su
cara, me di cuenta que lo estaba haciendo muy en serio.
Luego de
despedirme de él, me quede pensando hasta qué punto hemos llevado las medidas
de protección, desmejorando incluso nuestra calidad de vida y donde ya no se
sabe si el remedio ha sido más perjudicial que la enfermedad. Con esto no
quiero decir que esté en contra de las medidas de protección, por supuesto que
debemos acatarlas ya que de ello depende nuestra vida y la de los demás.
La pregunta
es ¿hasta cuándo continuaremos encerrados aun estando en libertad por miedo a
contagiarnos? Hasta donde sé, el COVID19 llegó para quedarse y así se inventen
antivirales y vacunas, continuará haciendo estragos por mucho tiempo. Por lo
tanto, una de dos, o nos acostumbramos a vivir con el bicho ese y nos
arriesgamos a volver a la “normalidad” o nos seguimos ocultando de un enemigo invisible que
siempre estará pendiente del momento que nos descuidemos para atacar, ¡Dios no
lo permita! A propósito, debemos orar como si todo dependiera de Él y cuidarnos
como si todo dependiera de nosotros.
La pregunta
es ¿Qué debemos aprender los humanos del covid19? Y hago énfasis en los humanos
porque para las demás especies que habitan el planeta y para el planeta mismo, que
los humanos estemos encerrados ha sido lo mejor que le ha pasado en los últimos
años, demostrando con eso que somos la plaga más mortífera que tiene nuestra
casa el planeta tierra.
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