El año 2020
pasará a la historia como un año atípico en cuanto a salud pública y economía
se refiere, ya que la pandemia del coronavirus COVID19, literalmente puso a los
terrícolas en jaque. Un año en que no hay países del primer, segundo o tercer
mundo, el mundo es un solo país que ha entrado en guerra contra un enemigo
común e “invisible”.
Y es que
durante la historia de la humanidad ha habido y lamentablemente habrá cualquier
cantidad de guerras bélicas y ni que hablar de las guerras contra las bacterias
y los virus, cuál de todos más perjudicial, desde los informáticos, hasta los biológicos,
la mayoría de ellos, producto de una manipulación desafortunada de los recursos
naturales o tecnológicos.
Los daños
directos y colaterales que han producido estas guerras son desde todo punto de
vista catastróficos. Como lo comentaba en un blog anterior, esas guerras han
producido millones de víctimas humanas y ni que hablar de las pérdidas
económicas.
A la fecha
que escribo este blog, todas las noticias giran entorno la competencia desenfrenada
de los países por encontrar la vacuna contra el virus de moda, el COVID19, ya
que, como en toda competencia, el ganador, el que primero invente la vacuna y
de los resultados esperados, no solo se ganará la admiración y respeto de todos
los terrícolas, sino que muy probablemente el laboratorio que la genere se
llevará un buen botín. La pregunta es, ¿será que con la invención de la vacuna
contra este virus se acaban todos los males y podemos volver a la “normalidad”?
Por
supuesto que no, el planeta seguirá girando y con él las dificultades a todo
nivel. Particularmente pienso que contra lo que nos debemos vacunar es contra
la corrupción que corrompe, que pudre, que descompone todo lo que toca, siendo
éste quizás el principal flagelo de la humanidad, pues como lo decía el escritor,
historiador, filósofo y abogado francés François-Marie Arouet, más conocido
como Voltaire: “Quien piensa que el dinero lo hace todo, está dispuesto a hacer
todo por dinero” y vaya si se han hecho cualquier cantidad de estupideces por
dinero, hasta el punto de ocultar maravillosos inventos que mejorarían sustancialmente
la calidad de vida del planeta y por ende de los que lo habitamos, debido a
intereses particulares.
Otra
cosa contra la cual deberíamos vacunarnos es contra la indiferencia. Y es que el
que está lleno, se olvida que muy cerca de él hay personas con hambre, tanto física
y como espiritual, cuál de las dos más grave.
Que nos vacunáramos
contra el egoísmo, ese amor excesivo e inmoderado que tenemos por nosotros
mismos, donde primero soy yo, segundo yo, tercero yo, etc. etc. y poco o nada
nos interesa lo que le pase al prójimo (al próximo).
Que nos
vacunemos contra la violencia en todas sus manifestaciones, y es que no se sabe
que ha sido más perjudicial, si el remedio (la cuarentena) o la enfermedad (el
virus). Los reportes de violencia intrafamiliar, de suicidios, de asesinatos,
en fin, de todo aquello que solo los humanos podemos hacer, está generando más
muertes que el mismo virus.
Aunque pienso
que lo mejor sería que nos vacunáramos contra nosotros mismos, ya que en
nosotros residen la mayoría de las dificultades que tenemos pues, como dicen
las sagradas escrituras “no es lo que entra en la boca lo que contamina al
hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre”
Mt.15:11 y ahí si no hay tapabocas que valga.
Lo invito pues
amigo lector a reflexionar sobre, fuera de la vacuna contra el COVID19, qué
tipo de vacuna necesita usted. Le cuento que la mayoría de las vacunas contra
todas nuestras enfermedades físicas y mentales las tenemos nosotros,
infortunadamente, nunca las utilizamos.
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