viernes, 3 de abril de 2020

Los pobres vergonzantes.

En mi ciudad Medellín, Colombia, existe una calle a la cual le dicen la calle del tuvo (de tener), que en realidad se llama Pasaje Peatonal La Bastilla y en ella hay varios bares, uno de los más famosos, es El Bar Ganadero, donde se reúnen personas, en su mayoría hombres, a tomarse un café, una cerveza o simplemente a hablar de las haciendas, de los edificios, de las fortunas que tuvieron, de lo famosos que fueron, etc. etc. etc. En su mayoría personas que se niegan a aceptar que ya no tienen nada, que esos años de bonanza y de riqueza ya pasaron, las cuales por alguna razón perdieron. Algunos incluso aun usan los viejos y desgastados vestidos que otrora los hicieron ver como personas exitosas.

Tristemente el dialogo siempre es el mismo, yo tuve tal cosa, yo tuve tal otra, yo hice aquello, yo fui lo otro. Muchos ni siguiera tienen dinero para tomarse un café o pagar el pasaje del autobús para regresar a su barrio, donde los “amigos” los miran con lastima y los familiares ya no son tan familiares. Son los pobres vergonzantes. Seres humanos con los cuales la diosa fortuna alguna vez estuvo y que luego los abandono a su suerte. Seres humanos que conservan su orgullo y que prefieren soportar necesidades de toda índole antes que pedir. Seres humanos que debido a su avanzada edad ya nadie los contrata o les brinda la oportunidad de realizar una labor que les permita sobrevivir y terminar sus días con dignidad y una mejor calidad de vida. Seres humanos que continúan aparentando lo que dejaron de ser hace ya mucho tiempo. Seres humanos que fueron exitosos, muchas veces terminan en los vicios, llegando hasta el suicidio. La diferencia entre un pordiosero y un pobre vergonzante es que al pordiosero no le da pena pedir y de hecho convierten esa labor en un lucrativo negocio. En cambio, el pobre vergonzante prefiere morir de hambre antes que pedir o cometer algún delito.

Lo más triste de todo es que, en los tiempos de “vacas gordas”, esas personas contaban con gran cantidad de “amigos” o mejor, compraban amigos, y familiares ni se diga, eran recibidos como verdaderos príncipes y las atenciones abundaban ya que siempre había un interés de por medio. En cambio, ahora, en épocas de “vacas flacas”, los que se consideraban amigos incondicionales, ya ni siquiera son amigos, es más, evitan a toda costa encuentros y cuando estos irremediablemente se presentan, disimulan con una sonrisa burlona y no ha de faltar el comentario bienintencionado” de que todo va a salir bien pero nunca hacen nada por ayudar. Lo más curioso del caso es que aun sabiendo que esa persona necesita ayuda con urgencia, se niegan a darla con la excusa que no le van a alcahuetear, y hasta llegan a decir que bien merecida tienen la situación que están viviendo.

Lo que no saben los que así piensan, es que en la vida lo único seguro es que no hay nada seguro. Que la salud, la fama, la fortuna o incluso el amor se pueden perder en cualquier momento y afortunadamente también se pueden recuperar como le paso al santo Job. Lo invito pues amable lector a reflexionar sobre mi artículo del día de hoy. A pensar quien puede ser ese pobre vergonzante al cual usted pueda ayudar sin necesidad que esa persona se lo pida. Comience por analizarse usted mismo, posiblemente sea usted un pobre vergonzante que le da pena pedir ayuda. Posiblemente sea usted tan pobre que lo único que tiene es dinero pero que en el fondo necesita más ayuda que los mismos pobres que no tienen el dinero que usted tiene. Si afortunadamente ese no es el caso observe a su alrededor, tal vez haya un familiar, un amigo o un vecino que necesita con urgencia de su ayuda y que está a punto de cometer alguna locura debido al desespero que produce no saber qué hacer o como alimentar a su familia.

Y a los pobres vergonzantes, a los que están pasando por una difícil situación ya sea económica, social, de salud, afectiva o espiritual o quizás todas las anteriores, quiero decirles que, por difícil que sea su situación, siempre es posible mejorar, siempre es posible salir del fondo del barril lleno de estiércol. No va a ser fácil, nada que valga la pena lo es. Posiblemente pasaran días, meses o incluso años, pero algo si es seguro. Como dice el refrán, “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Le sugiero analizar detenidamente su situación cualquiera sea, el primer paso es aceptarla y el segundo tomar la decisión de ponerse en acción para superarla. Recuerde que el mejor momento de un enfermo terminal es cuando entra en crisis, o se alivia o se muere y mientras haya vida, hay esperanza. Si usted aún no ha entrado en crisis, debe generarla. A veces es necesario darse contra el muro, tocar fondo. Si usted tuvo puede volver a tener porque ya sabe cómo hacerlo, es cuestión de insistir, persistir, resistir y NUNCA desistir.

Convierta su sueño de volver a triunfar en una pesadilla que no lo deje dormir hasta hacerlo realidad. Sé que puede hacerlo, se lo digo por experiencia. Una sugerencia final, acepte la ayuda que le quieran proporcionar, la cual muchas veces se niega a aceptar debido a un orgullo desmedido. Una cosa es fracasar, algo de lo cual nadie está libre y otra muy diferente ser un fracasado lamentándose el resto de la vida. Recuerde que los ángeles que papá Dios nos envía para ayudarnos se presentan en muchas formas, la clave está en creer en ellos.

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