En mi
ciudad Medellín, Colombia, existe una calle a la cual le dicen la calle del
tuvo (de tener), que en realidad se llama Pasaje Peatonal La Bastilla y en ella
hay varios bares, uno de los más famosos, es El Bar Ganadero, donde se reúnen
personas, en su mayoría hombres, a tomarse un café, una cerveza o simplemente a
hablar de las haciendas, de los edificios, de las fortunas que tuvieron, de lo
famosos que fueron, etc. etc. etc. En su mayoría personas que se niegan a
aceptar que ya no tienen nada, que esos años de bonanza y de riqueza ya
pasaron, las cuales por alguna razón perdieron. Algunos incluso aun usan los
viejos y desgastados vestidos que otrora los hicieron ver como personas
exitosas.
Tristemente
el dialogo siempre es el mismo, yo tuve tal cosa, yo tuve tal otra, yo hice
aquello, yo fui lo otro. Muchos ni siguiera tienen dinero para tomarse un café
o pagar el pasaje del autobús para regresar a su barrio, donde los “amigos” los
miran con lastima y los familiares ya no son tan familiares. Son los pobres
vergonzantes. Seres humanos con los cuales la diosa fortuna alguna vez estuvo y
que luego los abandono a su suerte. Seres humanos que conservan su orgullo y
que prefieren soportar necesidades de toda índole antes que pedir. Seres
humanos que debido a su avanzada edad ya nadie los contrata o les brinda la
oportunidad de realizar una labor que les permita sobrevivir y terminar sus
días con dignidad y una mejor calidad de vida. Seres humanos que continúan
aparentando lo que dejaron de ser hace ya mucho tiempo. Seres humanos que
fueron exitosos, muchas veces terminan en los vicios, llegando hasta el
suicidio. La diferencia entre un pordiosero y un pobre vergonzante es que al
pordiosero no le da pena pedir y de hecho convierten esa labor en un lucrativo
negocio. En cambio, el pobre vergonzante prefiere morir de hambre antes que
pedir o cometer algún delito.
Lo más
triste de todo es que, en los tiempos de “vacas gordas”, esas personas contaban
con gran cantidad de “amigos” o mejor, compraban amigos, y familiares ni se
diga, eran recibidos como verdaderos príncipes y las atenciones abundaban ya
que siempre había un interés de por medio. En cambio, ahora, en épocas de
“vacas flacas”, los que se consideraban amigos incondicionales, ya ni siquiera
son amigos, es más, evitan a toda costa encuentros y cuando estos
irremediablemente se presentan, disimulan con una sonrisa burlona y no ha de
faltar el comentario bienintencionado” de que todo va a salir bien pero nunca
hacen nada por ayudar. Lo más curioso del caso es que aun sabiendo que esa
persona necesita ayuda con urgencia, se niegan a darla con la excusa que no le
van a alcahuetear, y hasta llegan a decir que bien merecida tienen la situación
que están viviendo.
Lo que no
saben los que así piensan, es que en la vida lo único seguro es que no hay nada
seguro. Que la salud, la fama, la fortuna o incluso el amor se pueden perder en
cualquier momento y afortunadamente también se pueden recuperar como le paso al
santo Job. Lo invito pues amable lector a reflexionar sobre mi artículo del día
de hoy. A pensar quien puede ser ese pobre vergonzante al cual usted pueda
ayudar sin necesidad que esa persona se lo pida. Comience por analizarse usted
mismo, posiblemente sea usted un pobre vergonzante que le da pena pedir ayuda.
Posiblemente sea usted tan pobre que lo único que tiene es dinero pero que en
el fondo necesita más ayuda que los mismos pobres que no tienen el dinero que
usted tiene. Si afortunadamente ese no es el caso observe a su alrededor, tal
vez haya un familiar, un amigo o un vecino que necesita con urgencia de su
ayuda y que está a punto de cometer alguna locura debido al desespero que
produce no saber qué hacer o como alimentar a su familia.
Y a los
pobres vergonzantes, a los que están pasando por una difícil situación ya sea
económica, social, de salud, afectiva o espiritual o quizás todas las
anteriores, quiero decirles que, por difícil que sea su situación, siempre es
posible mejorar, siempre es posible salir del fondo del barril lleno de
estiércol. No va a ser fácil, nada que valga la pena lo es. Posiblemente
pasaran días, meses o incluso años, pero algo si es seguro. Como dice el
refrán, “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”. Le sugiero
analizar detenidamente su situación cualquiera sea, el primer paso es aceptarla
y el segundo tomar la decisión de ponerse en acción para superarla. Recuerde
que el mejor momento de un enfermo terminal es cuando entra en crisis, o se
alivia o se muere y mientras haya vida, hay esperanza. Si usted aún no ha
entrado en crisis, debe generarla. A veces es necesario darse contra el muro,
tocar fondo. Si usted tuvo puede volver a tener porque ya sabe cómo hacerlo, es
cuestión de insistir, persistir, resistir y NUNCA desistir.
Convierta
su sueño de volver a triunfar en una pesadilla que no lo deje dormir hasta
hacerlo realidad. Sé que puede hacerlo, se lo digo por experiencia. Una
sugerencia final, acepte la ayuda que le quieran proporcionar, la cual muchas
veces se niega a aceptar debido a un orgullo desmedido. Una cosa es fracasar,
algo de lo cual nadie está libre y otra muy diferente ser un fracasado
lamentándose el resto de la vida. Recuerde que los ángeles que papá Dios nos
envía para ayudarnos se presentan en muchas formas, la clave está en creer en
ellos.
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