sábado, 14 de marzo de 2015

Educar con sentido común


Todo comenzó el día que mi pequeño hijo de seis años me pregunto porque al frente de su colegio habían matado a un señor en medio de todos los compañeros que a esa hora salían y entraban de clase. Fueron muchas las preguntas que al respecto hizo el pequeño. Preguntas a las cuales difícilmente pude dar respuesta pues, para mí fue muy difícil explicarle porque los seres humanos se matan entre ellos mismos y muchas veces sin un motivo aparente.

¿Cómo explicarle a un niño de seis años que no puede ir a jugar con sus vecinos de la otra cuadra porque ya hacen parte de otro territorio? ¿Cómo explicarle a un niño que muchos como él han muerto por balas perdidas o por haber pasado esas fronteras imaginarias? ¿Cómo decirle que, así no vea venir ningún vehículo o nada que se lo impida, no puede cruzar la calle porque ya la acera del frente es controlada por hombres malos y que podría correr peligro de muerte?

Fue entonces cuando la nostalgia me invadió y recordé tiempos en los cuales podíamos desplazarnos a cualquier parte de la ciudad, inclusive a altas horas de la noche, sin temor a ser asaltados.

Cuando disfrutábamos de las fiestas celebradas por amigos y vecinos sin temor a que llegara alguien disparando a diestra y siniestra. Definitivamente eran otros tiempos, tal vez también violentos pero otros tiempos al fin y al cabo, donde la violencia no era tan cruda como lo es ahora, donde matan por ver caer, pues la vida humana cada día tiene menos valor. 

Curiosamente la situación que vive nuestro hermoso país Colombia y el mundo entero, no es muy diferente. Hoy, cuando llevo un poco más de medio siglo de estar en este plano de la existencia, debo decir que nunca mi país ha vivido un solo día de completa paz. Durante los años que he vivido, mas de cinco millones de mis compatriotas han desparecido o han muerto y no precisamente de viejos o de muerte natural. Todos ellos han caído bajo las balas disparadas por sus propios hermanos. Guerra, corrupción y muerte ha sido el pan de cada día. 

Un genocidio que el resto de la humanidad no ha querido aceptar y que poco o nada han hecho para detener. Una guerra a veces visible pero la mayoría de las veces invisible. Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que la mayoría de los Colombianos estamos vivos de milagro. Y es que cuando se sabe que un país está en guerra abierta, todos sus habitantes están a la expectativa; sabrán que muchos de ellos morirán ya sea defendiendo su territorio o lo que es más triste, sus ideas. Pero cuando se trata de una guerra soterrada como la nuestra, nadie sabe dónde está el enemigo o desde donde nos van a atacar. El terrorismo es la estrategia más utilizada. 

En mi hermoso país la violencia no tiene explicación lógica o quizás sí la tiene, lo que pasa es que no es tan lógica como quisiéramos. Si bien es cierto a través de la historia de la humanidad las guerras han sido una constante y aun así nos creemos los seres más evolucionados comparándonos con nuestros hermanos, los animales. Pienso que nos debería dar pena hacerlo, pues como dice la canción de Roberto Carlos, quisiera ser civilizado como los animales. Los cuales tienen demasiado que enseñarnos. 

Como todas las guerras, la nuestra también tiene su explicación, fuera de que son un excelente negocio tanto para los que la practican como para los proveedores de armas. Siempre he escuchado que los grupos alzados en armas en Colombia lo hacen por defender los derechos de los más débiles, de los pobres o sea del 95% de la población. Como dice Dany Alejandro Hoyos, uno de los mejores humoristas de nuestro país, “interesante pero discutible”. Y es que no tiene presentación alguna que casi en su totalidad, los millones de muertos que ha habido en los últimos cincuenta años sean precisamente los más pobres, en su mayoría campesinos que lo único que hacen es proveer de alimento a los que nos dedicamos a labores diferentes de cultivar la tierra o sea el 90% de la población. 

Increíble pero cierto. Como quien dice, estamos matando la gallina de los huevos de oro. El campo se está quedando solo. Millones de campesinos huyen de sus parcelas tratando de salvar sus vidas y llegan a las ciudades a engrosar los cordones de miseria. Campesinos que difícilmente regresan a cultivar su tierra pues encuentran en las ciudades “las comodidades y la seguridad” que difícilmente tienen en sus lugares de origen. ¿El resultado? Más pobreza, mas hambre y más miseria; lo que obviamente genera más violencia. Un círculo vicioso que difícilmente termina. 

La pregunta entonces es ¿hasta cuándo? Eso solo papá Dios en su infinita sabiduría lo sabrá. Pues mientras el ser humano continúe contando con ese poder tan grande que él nos dio del libre albedrio, difícilmente esa situación que se ha generado durante miles de años terminara. 

No es que sea el más estudioso, investigador o el mejor lector pero lo poco que he podido averiguar, es que desde que los seres humano aparecimos en este planeta, nos hemos convertido en la plaga más dañina de todas y lo curioso de todo es que nos continuamos preguntando porque nos pasa lo que nos pasa; siendo nosotros los únicos culpables de lo que nos pasa. 

El planeta tierra, como ser vivo, constantemente está cambiando por medio de todos los fenómenos naturales; sin embargo somos los seres humanos, los que la mayoría de las veces provocamos que esos fenómenos naturales sean cada vez más devastadores como el calentamiento global, el cual se debe, en su mayor parte, a la contaminación producida por los mismos seres humanos...

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