lunes, 16 de febrero de 2015

Hay que ser humildes y hacer lo que nos toca, no lo que nos gusta.


HAY QUE SER HUMILDES Y HACER LO QUE NOS TOCA, NO LO QUE NOS GUSTA.

"Cuando somos grandes en humildad,
estamos más cerca de lo grande."
 Tagore

Es necesario aclarar que la humildad no es sinónimo de pobreza, apocamiento, esclavitud o dejar que hagan con nosotros lo que quieran. Como lo afirma el maestro Miguel Ángel Cornejo “Vivir con humildad, es aprender de todos y de todo, pues siempre habrá una mejor forma de hacer las cosas”. Muy por el contrario, humildad es respetarse uno mismo y respetar a los demás. Es ser fiel a nuestras ideas y a nuestros sueños. Es ser conscientes de nuestras limitaciones pero también de nuestras fortalezas sin caer en la arrogancia. Es actuar de acuerdo a nuestra conciencia. Es no presumir de los logros pero si reconocer las derrotas y también los triunfos.
Nada más desagradable que levantarnos en la mañana pensando en que debemos ir a realizar una labor que estamos lejos de querer hacer. Pasar un largo día (y parte de la noche) desempeñando funciones y trabajos que distan mucho de ser satisfactorios.
Pero, qué vamos a hacer si hay que pagar la hipoteca de nuestra casa, y que de nuestra no tiene nada porque por muchos años será literalmente del banco. Pagar arrendamiento, servicios públicos, alimentos, costosas joyas y vestidos, la universidad de nuestros hijos, la cuota y el seguro del carro último modelo que compramos para aparentar lo que no somos, las tarjetas de crédito porque ¿Cómo vivir sin ellas?, las cuotas del crédito de las vacaciones que tuvimos hace tres años a uno de los lugares más exóticos del planeta, porque ¿como íbamos a ir un lugar cerca cuando los vecinos siempre viajan al extranjero?
Trabajamos doce, catorce, dieciséis horas o más porque necesitamos ganar mucho dinero para darnos la gran vida; cuando lo único que hacemos es acabar la nuestra y la de nuestra familia; los cuales tienen que soportar el mal genio y el estrés que produce el agotamiento de interminables horas de trabajo.
Hijos a los cuales vemos crecer en forma horizontal pues cuando salimos en la mañana a trabajar están dormidos y cuando regresamos en la noche, están dormidos. Hijos que disfrutan de juguetes de última generación, de las comodidades que el dinero puede dar pero que pocas veces ven a sus padres porque estos se mantienen demasiado ocupados.
Al salir del colegio o antes, se inicia la carrera por conseguir trabajo y como trabajo no hay, o no en lo que quisiéramos trabajar, pues entonces nuestros “seres queridos”, alias familiares y amigos, nos “sugieren” trabajar o hacer cualquier cosa pues hay que conseguir dinero al precio que sea. De ahí la frase de este capítulo. Se inicia entonces el círculo vicioso de hacer lo que nos toca, no lo que nos gusta.
Y así digan que se debe amar lo que se hace, independientemente si nos gusta o no y darle gracias a Dios por tener un trabajo cuando hay millones que no lo tienen; llegara el día en que ese amor se acaba y queramos divorciarnos para hacer lo que realmente Dios nos mando a hacer y que disfrutamos haciendo así no nos paguen; aunque curiosamente, cuando comenzamos a hacer lo que nos gusta hacer ganamos mucho más de lo que ganábamos cuando hacíamos lo que no nos gustaba.
Recuerdo la historia de una gran amiga que cambiaba constantemente de empleo y siempre se mantenía malgeniada y con cara de pocos amigos. Alguna vez le pregunte que si el dinero no fuera una dificultad para ella, que si económicamente tuviera su vida solucionada, a que se dedicaría. Sin titubear por un segundo me respondió que se dedicaría a cocinar. Durante un largo rato me hablo de lo mucho que disfrutaba preparar los más variados platos, los cuales describía con lujo de detalles, hasta el punto de antojarme de solo pensar en ellos. Se reflejaba en ella el entusiasmo que le producía hablar del arte de cocinar.
Le pregunte porque no colocaba un restaurante y casi me pega cuando me dijo en tono de burla el titulo de este libro.

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